Existen dos creencias erróneas con respecto a la imaginería de los rayos. Una que se trata de una cuestión de reflejos; la otra que es algo muy difícil y para lo cual se necesita un equipo muy costoso. Aquí veremos que ninguna de las dos cosas es cierta. Con casi cualquier cámara de tipo réflex o bridge, siempre que se pueda poner en modo manual y bloquear el disparador, podremos obtener imágenes espectaculares.
El único secreto es estar en el momento oportuno en el lugar apropiado. O sea, en un sitio con la vista despejada mientras se desata la tormenta, a ser posible de noche, porque la luz del día casi imposibilita este tipo de tomas.
Situaremos la cámara sobre un trípode, encuadrando la zona en la que veamos que más rayos «caen», preferentemente utilizando un gran angular, para maximizar las posibilidades de que cuando se produzca el fenómeno la cámara pueda registrarlo en el negativo digital. Imprescindible utilizar un disparador remoto, con posibilidad de bloqueo, puesto que se pueden llegar a realizar más de cien disparos por sesión.
Situaremos la cámara en modo manual, con el diafragma situado entre f8 y f11, para evitar que los relámpagos sobreexpongan todo el cielo. La velocidad de obturación va en función de las condiciones de luz que haya, pero conviene que la exposición sea lo más prolongada posible, alrededor de 20-30 segundos, con la cámara en su ISO nativo, que suele ser 100 o 200. El sistema de reducción de ruido para exposiciones prolongadas tiene que estar desconectado, puesto que dejaría la cámara inoperativa un tiempo igual al total de la exposición. O sea, que nos perderíamos la mitad de los rayos. Ahora sólo nos queda pulsar el disparador, bloquearlo y sentarnos tranquilamente con una tacita de café en la mano, mientras la cámara hace todo el trabajo hasta que pase la tormenta.
Recomendamos encarecidamente NUNCA «ver cómo están quedando las fotos» mientras dure la tormenta. Los rayos más espectaculares caen siempre que inutilizamos la cámara para mirar la pantallita trasera.